Las cortinas de la pieza gritaban a tu entrada triunfal y
tan rítmica, tanto tu coreografía como la interpretación de la danza fue un
juego, una sábana deslizándose entre las piernas enredadas, los movimientos
ensayados, tanto guardados, se sumergían en sus deslices tan suaves, tan rococó
tus matices, una sonrisa falsa, una mentira aquí, un beso acá y tú seguías
pasando tu pie áspero por mi cola en pelota y de pronto no nos podíamos
resistir el uno al otro, nos quemábamos con la mirada, nos azotábamos el uno al
otro, a garra y diente nos destripábamos, para volver a quedarnos abrazados y
dormitando ir dibujando el contraste de mis desabridas cimas.
Tu pelo entibiando el espacio entre mis dedos, casi
sujetándote a mí, afirmándote bien porque sabía que esto era una manzana
pudriéndose, un juego siniestro nacido de entre los filamentos más refinados y
maquiavélicos de la mente de nosotras dos, reiterando los clichés entre
nosotros, repitiéndonos otra vez lo deslumbrado que estábamos cuando nos
contábamos las historias del pasado, tan buenas, tanto lo recordábamos, las
mentes se perdían infinitamente entre los rincones podridos, con una luz amarillenta,
con olor a copete y a un culión antaño, tan divertidas las anécdotas.
Nuestra aventura nunca terminó, nunca tuvo lugar algo que
pudiera decir que existió de alguna forma, los días que pasamos juntos de
repente desaparecieron, se los comió nuestra podedumbre, se perdieron entre el
despelote que quedó entre nuestras figuras literarias, sarcasmos y tallas que
nunca existieron tampoco. Nada nos mató, ya habíamos muerto antes de
conocernos, en descomposición, tanto que no pudimos soportar la hedor del otro,
lo mejor era guardar el silencio melancólico que siempre tuvo que tener lugar.
Lo mejor fue haber dejado que la historia se llevara nuestro recuerdo, porque
de alguna forma así, nunca nos hubiésemos hecho tanto daño al querernos tanto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario